flor1052En estas dos cartas, insiste Pierre en un tema importante: la oración. Se nos insiste mucho en la importancia de ésta,  pero ¿cómo hacerla? Probemos. Nos damos dos normas: una, evitar oraciones “de memoria”; dos, poner un poquito de amor. Nos proponemos rezar un Padre nuestro y un Ave María.

Padre nuestro. Imagina la escena. Un apóstol le pide a Jesús: Maestro enséñanos a orar. Imagina a Jesús de pie, o sentado, o andando. Va diciendo las frases, como muy marcadas, como sintiéndolas, como con mucho amor. Repite lo que “oyes” decir a Jesús. Sin prisa. Poniendo el amor que puedas. Sin angustiarte: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, etc.»

Ave, Maria. Imagina tres escenas. En la primera, Gabriel le dice. «Ave, María, llena de gracia, el Señor está contigo». “Oyes” lo que dice y repites despacio. Las veces que haga falta hasta que te des cuenta de lo que dices. En la segunda escena, Isabel dice: «Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús». En la tercera, imaginas el Concilio de Nicea. Los Padres se levantan después de declarar a María Madre de Dios y gritan: «Santa María, Madre de Dios, etc».

¡Buen día!

«El cartero de Pierre»   

27 de enero de 1929.

Querida mamá:

La Iglesia que se une sin embargo a Dios por la Eucaristía (sea ésta substancial, transubstanciada o espiritualmente transformada, según las doctrinas… no erróneas ciertamente, pero imperfectas, incompletas), la Iglesia aún no se ha dado cuenta del poder de unión espiritual concedida al hombre en el don de sí mismo que le ha hecho Dios en Cristo. El «soplo de vida» que hace imagen de Dios-Creador al alma viva del hombre nacido nuevamente a la inteligencia superior al instinto (Gén. 1, 27), el «soplo de vida» penetra por el Amor divino en el espíritu humano y lo asemeja al Espíritu de Dios. Me dirás que esta es la enseñanza de la Iglesia… yo no lo niego, y la élite santificada de los cristianos entiende así la Cena. Pero, desgraciadamente… ¡sólo una élite! de manera que en su conjunto, la cristiandad recibe el «Pan vivo» como una asociación del hombre y de su Dios, sin darse cuenta profundamente de que «comer la carne y beber la sangre» (Mc. 14, 22) produce la asimilación íntima. De tanto pensar en la humanidad incontestable y generosa de Jesús [Cristo crucificado (I Cor. 2, 2), del que se reclamaba un Pablo], el alma corre el riesgo de perder conciencia de Jesús glorificado.

Jesús glorificado… Cristo crucificado… ¡es no sólo la misericordia divina concedida a los pecadores, es también el pecador perdonado! ¡Lo has entendido!… ¡¡perdonado!! por tanto restablecido en la gracia y, por eso mismo, crucificado y glorificado como el mismo Dios. «Dios es Amor» (I Jn. 4, 8), es por el Amor, purificado por medio de la renunciación completa entre Sus manos, como alcanzaréis la envergadura y el poder de la ilustración del Amor, tal como os fue concedido en Cristo. Al final de su trágica peregrinación, el Verbo se  interpreta a sí mismo a través de la Cena. En adelante, podía guardar silencio… todo estaba dicho, «como todo fue cumplido» (Jn. 19, 30) sobre la Cruz; por eso, delante de sus acusadores, el Hijo del Hombre permaneció mudo (Mc. 15, 5 y Lc. 23, 9). Pero si El vino a vivir en la carne, lo hizo para «rehabilitar» la obra de Dios: el hombre había deshonrado la creación generosa, e ignorado esta generosidad. La carne tenía que servir para elevar al espíritu-hombre caído por orgullo, dejándole libre ante las responsabilidades, como Dios mismo (el árbol del conocimiento del Bien y del Mal, dice el Génesis). La carne se convirtió en un pretexto para el pecado… no lo olvidéis nunca.

Si Jesús redimió el cuerpo (Fil. 3, 21), es porque permaneció vencedor frente a la carne, a la que nada obliga a la impureza. Pero Cristo salvó a las almas, dando testimonio del Amor que la esencia y la substancia del Espíritu-Perfección, Dios.

¿Me seguirás, mamá, en estas explicaciones que permanecen tan por encima de lo que yo quisiera mostrarte? Tú sólo podrás comprenderme intuitivamente, adentrándote en el centro más profundo de tu espiritualidad consciente que, sin palabras, sin ejemplos (siempre inferiores a la verdad íntegra), descubrirá para ti el sentido místico, oculto, inefablemente espiritual y nutritivo, de la Unión eucarística… indispensable a Dios como al hombre. He aquí lo que podrá sorprenderte, si tú no sientes el Amor tal como Dios lo siente, y tal como El lo pide, El «que amó el primero» (I Jn. 4, 10), El que descendió en la carne, haciéndose «por un tiempo inferior a sus servidores los ángeles» (Heb. 2, 7), para arrancar a la humanidad, no sólo de Satán, sino sobre todo del crimen de la indiferencia —a la vez causa y resultado— causa de la perdición y su resultado…, Dios lo proclamó por Su Palabra a Moisés (Deut. 6, 5), y esta misma Palabra la repitió a los discípulos que preguntaban: «El primer mandamiento permanecerá: Amarás al Señor tu Dios con toda tu alma, con todo tu corazón y con todo tu pensamiento» (Mc. 12, 30). Antes incluso de proponer al hombre la caridad fraterna, Dios ordena: «Quiero ser amado.» ¿Prestaréis por tanto a Dios el egoísmo del Amor? Si Dios se confesó «fuerte y celoso» (Deut. 4, 24) fue por amor, puesto que es sólo en el amor a Dios, donde el Amor saca la fuerza selectiva, si se me permite hablar así. Quiero decir que Dios al concretar el Amor, Le obliga al hombre a sentir hacia El el primer impulso de amor, después a alimentarse de él, a fin de producir Amor en el uso de la creación, partiendo de los hermanos para volver a la Fuente, Dios, después de haber recorrido el mundo creado.

Pierre.

* * *

3 de febrero de 1929.

¡Mamá, querida mía, rezo por ti! rezo por vosotros, y por todos los hombres vuestros hermanos… nuestros hermanos… los que están en la carne y los que están fuera de la carne. La plegaria santa de intercesión es practicada continuamente en el Cielo, tal como Jesús, Hijo de Dios e Hijo de David, la enseñó con sus palabras y sobre todo con su ejemplo, a los discípulos que le decían: «enséñanos a orar» (Lc. 11, 1).

Recuerda, querida mía, cuyas tiernas plegarias maternales reclamo, que Cristo rezó constantemente por los que lo rodeaban, a cuyas almas guiaba por el camino de Dios, y por los que prometía la gracia de Dios a los «que creían, a través de su enseñanza eclesiástica» (Jn. 27, 20).

Cuando fundó la Iglesia (el mecanismo indispensable de la adoración de Dios), Jesús la cimentó en la oración, en la oración de intercesión. Sólo una vez se dice en el Evangelio que el Redentor rezó por Sí mismo… fue en Getsemaní, donde el Padre consumó su método de Redención, asemejándose exactamente a la carne humana en la persona del Hijo, prosternado y suplicante: «¡Pase de mí este cáliz!» (Lc. 22, 43). Pero Cristo triunfó del mundo y de la carne, cuando proclamó el «Fiat» de aceptación (Mt. 26, 39); en adelante, su oración incesante encontró su curso natural, y por la eternidad se hizo continuamente suplicatoria. En efecto, Jesús rezaba a «su Padre y a nuestro Padre» (Jn. 20, 17) por los pecadores, porque era Amor intercesor del Dios santo que, siendo este Amor, intercede ante Sí mismo. Digo esto: es la inclinación absolutamente amorosa del Creador que, «durante un tiempo», bajo la Figura concreta de Jesucristo, intercede y pleitea frente a su Justicia ofendida. Así, todas las oraciones del Salvador que os fueron propuestas como ejemplos, son oraciones de intercesión. Ante las dudas de ciertos cristianos, trato de dar una prueba que se añade a las demás pruebas, tan numerosas, de la identidad absoluta del Padre y del Hijo: Dios es Amor, y Jesucristo es la expresión de este Amor divino en favor de las criaturas  culpables a las que llama primero al arrepentimiento, después a la vuelta a la casa paterna. Ya he dicho estas cosas: tú lo recuerdas, pero insisto en este punto que ha quedado hasta ahora en la sombra: la oración de Jesús por los hombres… grito de caridad, grito de misericordia, grito magnífico de piedad y de esperanza, esta oración pone constantemente la miseria humana a los pies del Todopoderoso… ¿No es lo propio inefable de amar? Por Cristo-Jesús, Dios ama, y su Amor intercede en nombre de Sí en favor de las víctimas del Mal.

Puesto que vuestro Maestro os ha dado de este modo el modelo de oración según Dios, no pongáis nunca, mis hermanos cristianos, ningún obstáculo a la intercesión que debe dictaros el Amor. Por vuestra culpa, el mundo atraviesa una crisis lamentable —de ateísmo en unos y de incapacidad en otros,— estos últimos se jactan sin embargo de formar parte de la Iglesia, Esposa de Cristo, «crucificado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación» (Rom. 4, 25), suprema manifestación del Amor sin mancha, el único Amor al que «nunca podrá nadie acusar de debilidad» (Jn. 8, 46), en una palabra: el Amor del Dios.

Lo digo una vez más: el mundo está entregado al desenfreno, tanto espiritual como material, y si es así, es porque los mismos  cristianos no consagran ya su vida a la oración. ¡Hacer! ¡hacer! ¡hacer!… ¡ah, ciertamente, Jesús dio el ejemplo! pero sus discípulos, que emplean así sus días, no reservan sus noches para la búsqueda del alimento celeste, sin el cual el alma se debilita, incapaz ante la lucha ardiente y diaria contra el odio del mundo. Acordaos de vuestra vocación, hermanos míos: «Lo mismo que yo no soy del mundo, ellos tampoco son del mundo, por eso el mundo los odia» (Jn. 17, 14), estas fueron las palabras del Jefe… ¿Esperáis algo mejor, soldados que seguís su «bandera de Amor»? (Jn. 17, 20).

Así pues, tu Pierre pide tu dulce intercesión, querida mía. No te detengas ante los escrúpulos de los que, entre los cristianos, se niegan a este deber de Amor: Jesús rezó por todos sus hermanos por los siglos de los siglos (Jn. 17, 20), y a pesar de la certeza bienaventurada de la compasión divina, toda prueba de fidelidad en el Amor es una alegría para los ángeles del Cielo… Ahora bien, ¿puede haberla más pura que aquella con la que la madre, a pesar del velo, rodea el alma de su hijo? ¡Ah! querida mía, la alegría de los ángeles hace la de Dios… por eso mismo, rezad por nosotros.

Pierre.